domingo, 18 de abril de 2010

La crisis aérea en Europa ayudó a cuidar el planeta

Si bien la ausencia de aviones en los cielos del Viejo Continente supone un duro golpe para la economía, también representa una considerable reducción de gases contaminantes.
La nube de cenizas volcánicas procedente de Islandia, que paralizó el tráfico aéreo en media Europa, ha logrado un hito poco frecuente: una considerable reducción de las emisiones de gases contaminantes, como el dióxido de carbono (CO2), que emiten las turbinas a reacción.
Así que no todo es negativo. Ciertamente, los cerca de 150 millones de euros que se pierden a diario en los aeropuertos por el cierre de los espacios aéreos de gran parte del Viejo Continente, según la agencia Eurocontrol, suponen un duro golpe para la economía, ya de por sí fuertemente castigada por la crisis.
Tampoco resultan agradables las esperas y las cancelaciones para los millones de pasajeros afectados. No obstante, los ecologistas, prefieren ver el vaso “medio lleno”, e incluso están “contentos”.
Con una reducción considerable de las emisiones de CO2 que los aviones emiten a la atmósfera, causantes de buena parte del efecto invernadero, la paralización del tráfico aéreo podría tener una lectura algo más positiva.
Aunque las emisiones de ese tipo de gases procedentes del sector aéreo no lleguen al tres por ciento del total (los mayores responsables son sobre todo el tráfico rodado y las industrias), la conciencia ecologista de expertos, aerolíneas y grandes constructores de aviones y motores es cada vez más considerable.
En ese sentido, y a pesar de que las emisiones de CO2 de los aviones hayan quedado fuera del Protocolo de Kioto (que expira en 2012), son cada vez frecuentes las voces que piden que la reducción de ese tipo de gases también esté contemplada en el futuro documento que le sustituirá.
DATOS PREOCUPANTES
Por ejemplo, según datos de la agencia europea de medio ambiente (EEA), con sede en Copenhague, en la década 1994-2004, las emisiones contaminantes de la aviación crecieron un 85%, entre otros motivos, porque volar se ha hecho mucho más accesible para los bolsillos menos pudientes gracias a empresas de bajo coste como Rynair o Easyjet, entre otras.
Otro dato preocupante expuesto por el Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático (IPCC), considera que el sector del transporte aéreo podría causar hasta un 15 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero para mediados de este siglo.
Organizaciones ecologistas como Greenpeace son mucho más alarmistas y estiman que para 2030 o 2040 el transporte aéreo podría ser el responsable de una cuarta parte del total de emisiones de CO2.
APOYAN EL CAMBIO
Conscientes de la necesidad de fabricar aeronaves más ecológicas, como pide la UE, empresas como Pratt and Whitney, Rolls-Royce, CFM o General Electric, entre otras, han apostado por nuevos motores “verdes”, que logran reducciones de consumo y menos ruido.
Por ejemplo, la Comisión Europea se ha propuesto de manera unilateral un ambicioso objetivo ecológico: una reducción del 20 por ciento de emisiones de CO2 para 2020 y que el 20 por ciento del consumo energético europeo para esa fecha provenga de energías renovables.
Por eso, también los constructores de motores quieren ponerse “a la hora” del medio ambiente. Según Eurocontrol, la agencia de gestión del tráfico aéreo en la UE, cada día operan en Europa cerca de 28.000 vuelos, con salida o llegada a territorio del Viejo Continente.
En estos momentos, por ejemplo, Rolls-Royce está en plena fase de desarrollo de su programa “Motor respetuoso con el medio ambiente” (Environmental Friendly Engine, EFE) que pretende reducir en un 50 por ciento las emisiones de CO2 y en la misma cifra el nivel de contaminación acústica de los motores.
ESTELAS DAÑINAS
Pero, a la hora de volar, no solo las emisiones de gases contaminantes preocupan. Según los expertos de la EEA, también las estelas en forma de nube blanca -como colas o cometas- que dejan los aviones en sus deplazamientos provocan perjuicios al medio ambiente.
Esas estelas pueden quedar durante horas suspendidas en el cielo. Por ello, los meteorólogos creen que tienen el mismo efecto que las nubes clásicas de gran altura: son como una esponja que atrapa el calor solar. Algunas versiones apuntan a que los vuelos nocturnos incluso agravarían ese efecto.
Un ejemplo claro, apuntan los expertos de la EEA, se encuentra en el cierre del espacio aéreo de Estados Unidos, tras los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001. Sin las “colas” de los aviones a chorro (o jets) en el aire, la diferencia de temperaturas entre el día y la noche fue de un grado centígrado más alta que el día anterior a la medición.
Muchas aerolíneas como Air-France-KLM se enorgullecen incluso de estar entre las más ecológicas y ofrecen en sus páginas de Internet una “calculadora de emisiones de C02”, para que los pasajeros sepan cuánto contaminan.
Un ejemplo: un vuelo entre Ámsterdam y Madrid produce, según la calculadora, 318 kilogramos de CO2, equivalente a la energía que se necesita para iluminar 613 bombillas de bajo consumo durante 24 horas.
Por todo ello, la ausencia de aviones en los cielos de Europa podría interpretarse como una buena noticia… para el planeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario